miércoles, 5 de octubre de 2011

La lluvia a través del espejo



Una fría tarde de otoño mientras esperaba en el auto, el declive del cielo permitió ver destellantes luces. Comenzaron a caer estrellas del cielo que se aferraban a la luna, no deseaban caer, incluso con las uñas arañaron el escaparate. Yo me dedicaba a observar sólo por la ventana los pequeños cristales que resbalaban dando tiempo a la llegada de la luz a mis ojos, me sentía intrigada por el clima, incluso un poco asustada…
El agua trémula comenzó a levantar las circulares rocas del pavimento. Parecía una guerra entre el cielo y la tierra, se disparaban cañones directos de la bóveda celeste; cada vez iban aumentando las bombas hasta que se dio por vencido el asfalto, no podía seguir luchando pues superaban su número en millones y estaban ahogados hasta el cuello, la inundación parecía de unos diez centímetros de alto. Me sentí atrapada en una cripta, los cohetes se estrellaban contra el cristal, parecía que ahora el ataque iba en mi contra, estaba por ocultarme debajo del tablero cuando a lo lejos una mancha negra como el hollín apareció, se acercaba a toda prisa corriendo hasta que alcanzó mi sombra, se postro frente a mí, mostro sus blancas perlas y abrió la puerta del coche.
Mi sol aparentemente llegaba a rescatarme, él escurría diamantes y, mientras los veía desprenderse las tropas celestes se dispersaban lentamente, la contienda del firmamento fallecía, las ríos de luz morían despacio; en mi rostro se dibujó una sonrisa, bese los finos pétalos del amor y de esa gran felicidad que me invadió llego hasta mi mejilla una última y vencedora gota de agua.

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